FLAVIO MELÉNDEZ ZERMEÑO
RESUMEN
Se abordan las implicaciones de lo
que Jacques Lacan propone como el gran secreto del psicoanálisis: la
inexistencia de la psicogénesis. Se establece el campo conceptual de ésta, para
exponer los límites que el método de la comprensión genética tiene en la
práctica clínica. La no existencia de psicogénesis se pone en relación con los
efectos constituyentes del significante en el sujeto hablante, para mostrar que
la subjetividad no se encuentra del lado del que habla, sino que se la
encuentra en el real.
Palabras clave: Psicogénesis,
Comprensión, Psicoanálisis, Significante, Sujeto.
ABSTRACT
To
tackle the implications of what Jacques Lacan proposes as the great secret of
psychoanalysis: the nonexistence of psychogenesis. Its conceptual field is established,
in order to expose the confines that the genetic comprehension method has in
clinical intervention. The nonexistence of psychogenesis is placed in relation
with the constituents of the significant in the talking subject, to show that
subjectivity is not founded on the side of the one who do the talking, but is
founded in the real.
Key words:
Psychogenesis; Comprehension; Psychoanalysis; Significant; Subject.
La psicología es vehículo de
ideales: la psique no
representa en ella más que el
padrinazgo que hace que se la califique de académica. El ideal es siervo de la
sociedad.
Jacques Lacan (1).
El 16 de noviembre de 1955, en la reunión inaugural
del seminario de Las Estructuras
Freudianas en las Psicosis, Lacan revela lo que él llama “el gran secreto
del psicoanálisis”:
“…el gran
secreto del psicoanálisis es que no hay psicogénesis. Si la psicogénesis es
esto, (la reintroducción de la relación de comprensión)[1]
es precisamente aquello de lo que el psicoanálisis está más alejado, por todo
su movimiento, por toda su inspiración, por todos sus resortes, por todo lo que
introdujo, por todo aquello hacia lo que nos conduce, por todo aquello en que
debe mantenernos” (2).
La cuestión puede resultar sorprendente en la medida
en que la opinión común tiende a considerar a la psicogénesis como una
dimensión esencial del psicoanálisis[2].
La inexistencia de la psicogénesis es planteada por Lacan como un secreto, lo
que hace pensar que incluso en el ámbito mismo del psicoanálisis, por lo menos
hasta el momento en que el secreto es revelado, no ha sido advertido lo que en él
se juega –para empezar, la posición misma de Freud en tal sentido no deja de
ser problemática, como veremos más adelante. El objeto de este trabajo es
desplegar las implicaciones de este secreto y las consecuencias de su
revelación. Para ello es necesario empezar por interrogar las relaciones de la
psicogénesis con la comprensión.
PSICOGÉNESIS Y COMPRENSIÓN
La noción de
psicogénesis, como su etimología lo indica, hace referencia a lo que tiene su
origen en la psique. Surge en el campo de la clínica, en el pasaje del siglo
XIX al XX, como una reacción contra la organogénesis, es decir, contra las
concepciones que explican el malestar subjetivo como resultado de una
alteración orgánica[3]. Mientras la organogénesis
centra la atención en la acción determinante de un desorden encefálico, la
psicogénesis plantea un origen psíquico del sufrimiento subjetivo, propone un
origen de lo psíquico a partir de lo psíquico mismo. Es a partir de los
planteamientos de Karl Jaspers que la noción de psicogénesis adquiere contornos
precisos, que se delinean por la descripción fenomenológica de las vivencias de
los sujetos que él estudia en el terreno de la psicopatología. Para Jaspers:
“Lo psíquico ‘surge’ de lo psíquico
de una manera comprensible para nosotros. El atacado se vuelve colérico y
realiza actos de defensa, el engañado se vuelve desconfiado. Este surgir uno
tras otro de lo psíquico desde lo psíquico lo comprendemos genéticamente”
(3).
La psicogénesis
es entonces indisociable de la comprensión, está asociada a la idea de que las
experiencias significativas de un sujeto pueden
ser accesibles para el clínico por medio de la comprensión, así por la
penetración en lo psíquico es posible comprender genéticamente cómo surge lo psíquico desde su
propio orden de determinaciones, mientras que por la captación objetiva de
hechos típicos a partir de regularidades, a través de la reiteración de
experiencias, es posible explicar
causalmente. Encontramos
aquí la oposición entre explicar
(erklären) y comprender (verstehen),
que surge en el siglo XIX en el marco de la llamada “querella de los métodos”,
correlativa de la distinción entre Ciencias
de la Naturaleza (Naturwissenschaften) y Ciencias del Espíritu (Geisteswissenschaften). Jaspers se encarga
de llevar la comprensión, elevándola al estatuto de un método, al campo de la
psicología –que por ese hecho adquiere el título de comprensiva.
La comprensión
genética opera en un dominio que se caracteriza por la continuidad de su propio
desarrollo, con una coherencia que se basta a sí misma en su autonomía, de ahí
que imponga la idea de una especie de causalidad singular:
“Se ha llamado a las relaciones
comprensibles de lo psíquico también causalidad desde dentro y así se
apunta al abismo insuperable que existe entre estas relaciones que no pueden
llamarse causales más que por analogía y las legítimas relaciones causales, la
causalidad externa” (4).
Esta última
causalidad, la única que puede realmente recibir este nombre, es propia de las
llamadas Ciencias de la Naturaleza y se establece inductivamente a
partir de la observación de regularidades. Sin embargo, plantear una causalidad desde dentro supone que hay
una dimensión de lo psíquico que posee una consistencia particular, la de una
interioridad que remite a sí misma, sustrayéndose a las relaciones causales en
sentido estricto.
Por otro lado,
según Jaspers de la comprensión se desprende una evidencia inmediata que le
otorga un carácter irreductible a lo captado por ella:
“La evidencia de la comprensión
genética es algo último. (…) Tiene en sí misma su fuerza persuasiva. El
reconocimiento de esta evidencia es la condición previa de la psicología
comprensiva, así como el reconocimiento de la realidad de la percepción y la
causalidad es la condición previa de las ciencias naturales” (5).
Es decir, que de
las relaciones de comprensión se desprende un sentido que cae por su propio
peso, cuya evidencia es inmediata para el clínico. Este sentido brota, por así
decir, de las relaciones en cuestión, con un poder de persuasión tal que se
presenta como algo obvio, que no requiere ser referido a algo más allá de sí
mismo, conservando el estatuto excepcional de esa interioridad arriba
mencionada.
La comprensión
implica co-vivenciar los fenómenos
vivenciados por el otro, poniendo en juego la capacidad de ponerse en el lugar
del semejante, de ahí que necesariamente sea empática, pues no implica solamente la comprensión racional de lo
hablado, sino que además pone en juego la comprensión del que habla, de sus
motivos, deseos, emociones, temores, es decir, de su subjetividad. La empatía
supone además que para una comprensión clara es necesario suspender el juicio
valorativo respecto de aquellas vivencias concretas a las que se pretende tener
acceso. La empatía conduce al centro de las relaciones psíquicas, nos sitúa en
el corazón de la psicología comprensiva misma.
Jaspers destaca
dos cualidades básicas de lo comprensible: por un lado la autorreflexión, en la medida en que lo comprensible se puede
comprender a sí mismo, por otro lado, la coherencia
que lo comprensible adquiere en todo individuo, de tal manera que el conjunto
de las relaciones comprensibles en cada individuo particular es lo que recibe
el nombre de personalidad:
“...todos los procesos psíquicos y
manifestaciones, en tanto que señalan por encima de sí una relación individual
y totalmente comprensible, experimentada por un individuo con la conciencia de
su particular yo íntimo, constituyen la personalidad” (6).
La personalidad
implica el sentimiento de identidad de sí mismo, la conciencia del yo como
individualmente distinto, único en su historicidad, por lo tanto no existe la
personalidad sin conciencia de sí misma. La coherencia propia de cada
personalidad queda situada en relación con su biografía, es a partir de las
vivencias que ha tenido, de su devenir en el mundo, que se puede establecer la
comprensibilidad de esa personalidad singular. La unidad de la personalidad
está dada entonces por su desarrollo regular y comprensible.
La síntesis
psicológica propia de la personalidad tiene una dimensión objetiva. La
personalidad es entonces ese punto de síntesis que vuelve comprensibles los
avatares del desarrollo. El sentido de las vivencias de un sujeto sólo puede
tener concordancia si se lo refiere a una unidad conciente de sí. Tal es la
función de la personalidad.
Es posible situar
una manifestación psicopatológica como reacción
de la personalidad cuando su contenido mantiene una relación comprensible
con el acontecimiento que la originó, hasta el punto en que no habría surgido
sin ese acontecimiento y su evolución depende de éste. La reacción de la
personalidad se opone así a lo que Jaspers llama proceso, el cual consiste en
una alteración orgánica o psíquica que irrumpe como un elemento extraño,
heterogéneo con respecto al desarrollo de la personalidad, que rompe con la
continuidad histórica de ésta y por lo tanto es incomprensible.
Para la psicogénesis
el fenómeno psicopatológico no constituye entonces una entidad autónoma que
pueda ser abordada separándola del resto de la personalidad, pues aun cuando
rompa con el desarrollo de ésta, como ocurre con el proceso, sólo es posible su localización refiriéndola a esa unidad
que constituye la personalidad. Este es uno de los aspectos que marcan la
especificidad de la psicogénesis en su debate con otras posiciones clínicas:
“…las
psicologías de la heterogeneidad se niegan como Blondel, a entender en términos
de psicología normal las estructuras de la conciencia mórbida; y por el
contrario, las psicologías analíticas o fenomenológicas tratan de comprender la
inteligibilidad de toda conducta, hasta de la demente, en sus significaciones
previas a la distinción de lo normal y lo patológico. En el gran debate de la
psicogénesis y de la organogénesis se produce una división análoga: ¿búsqueda
de la etiología orgánica después del descubrimiento de la parálisis general,
con su etiología sifilítica? ¿o análisis de la causalidad psicológica a partir
de perturbaciones sin fundamento orgánico, definidas a fines del siglo XIX como
síndrome histérico?” (7).
La aparición de
la histeria como entidad clínica –a la que el nacimiento del psicoanálisis debe
tanto-, marca un hito que permite relativizar a un tiempo la etiología orgánica
y la distinción normal-patológico, cuestiones éstas en las que la psicogénesis
va a encontrar un lugar para alojarse.
Recapitulando,
tenemos tres componentes que estructuran la noción de psicogénesis: la comprensión,
basada en la capacidad de colocarse en el lugar del otro, lo que hace posible
co-vivenciar las experiencias significativas de este último; la personalidad,
como la dimensión particular que adquiere el conjunto de esas relaciones
comprensibles en cada individuo, conjuntamente con la conciencia de la unidad
de sí (propia de la noción de psiquismo), que al mismo tiempo lo inscribe como
integrante de los lazos sociales de su comunidad; y el desarrollo, que siguiendo
momentos que pueden ser delimitados le da su coherencia a una vida. Estos tres
ejes confluyen en un pensamiento del origen: la génesis de lo psíquico en lo
psíquico supone la unidad como el punto de partida que da inicio a la serie en
la que se despliegan las manifestaciones de una personalidad. Sólo es
pertinente la pregunta por la génesis en la medida en que hay una unidad que
está dada al principio.
En el campo de la
clínica del malestar subjetivo esta perspectiva psicogenética[4] ha tenido una gran
influencia. Su consecuencia más importante ha sido la de otorgarle un valor
humano, al reconocerle un sentido, al sufrimiento que había sido situado en el
terreno de las alteraciones biológicas. Así, distintas formas de intervención
clínica se han planteado la necesidad de
hacer caso de las experiencias íntimas de los sujetos y de encontrar ahí un
sentido para su sufrimiento –cuestión que antes de la psicogénesis no tenía
relevancia, pues la clínica estaba orientada a encontrar las causas orgánicas
de una entidad mórbida -con la importante excepción del Tratamiento Moral de
inspiración filosófica, cuyos antecedentes se remontan a finales del siglo
XVIII.
LA PSICOGÉNESIS EN
FREUD: UNA LOCALIZACIÓN PROBLEMÁTICA
Freud sitúa reiteradamente al psicoanálisis como una
Ciencia de la Naturaleza, lo cual le impone ciertas exigencias propias de esa
idea de cientificidad. Para Freud no existe la disyunción Ciencia de la
Naturaleza/Ciencia del Espíritu, simplemente deja de lado la problemática
metodológica propia de la querella de los métodos. No es tanto que en esa
discusión él opte por la Ciencia de la Naturaleza, lo que ocurre es que para él
no hay otra ciencia más que ésta. No se trata de una toma de partido, porque
ahí no hay partido que tomar, sólo hay una posición posible cuando se trata de
ciencia y se encuentra del lado del naturalismo[5].
Su modelo de cientificidad está dado por la química y la física, al cual él ha
tenido acceso por los trabajos de investigación que desarrolla en los primeros
años de su vida profesional. De ahí el estatuto particular que le atribuye al
saber en psicoanálisis:
“Carácter del
psicoanálisis como ciencia empírica. El psicoanálisis no es un sistema como
los filosóficos, que parten de algunos conceptos básicos definidos con
precisión y procuran apresar con ellos el universo todo, tras lo cual ya no
resta espacio para nuevos descubrimientos y mejores intelecciones. Más bien
adhiere a los hechos de su campo de trabajo, procura resolver los problemas
inmediatos de la observación, sigue tanteando en la experiencia, siempre inacabado
y siempre dispuesto a corregir o variar sus doctrinas. Lo mismo que la química
o la física, soporta que sus conceptos máximos no sean claros, que sus premisas
sean provisionales, y espera del trabajo futuro su mejor precisión” (8)
Si el psicoanálisis tiene que proceder al modo de
las llamadas ciencias duras, tal
exigencia en realidad le otorga una mayor flexibilidad, aquella que proviene de
atenerse rigurosamente a la lógica de los hechos, para poder dar cuenta de
ellos, sin tener que preocuparse por la fidelidad a conceptos definitivos que
pretendan constituir una concepción totalizada del mundo (Weltanschauung), como
lo harían los sistemas filosóficos. Ciencia
empírica aparece entonces como una modalidad de saber en movimiento,
inconcluso, cuyos conceptos tienen un carácter provisional y están sujetos a
una revisión continua.
En concordancia con lo anterior, Freud se sitúa
también al margen de la oposición metodológica explicación versus comprensión-interpretación. Si bien considera al
psicoanálisis como “un arte de la interpretación”, no por ello la explicación
deja de ser una exigencia primordial en su modo de operar en la clínica. La
interpretación freudiana es una modalidad de explicación en la medida en que
busca dar cuenta de la causa: “…explica en el modo interpretativo o interpreta
asignando la causa” (9). Por lo tanto, en el momento en que Freud adscribe el
psicoanálisis al dominio epistemológico de las
ciencias de la naturaleza, excluye de hecho su pertenencia a las
disciplinas hermenéuticas.
Cuando la interpretación aparece en el psicoanálisis
lo hace fundamentalmente como interpretación de los sueños, es a partir de ahí
que irá ampliando su función al resto de los retoños del inconsciente:
síntomas, lapsus, actos fallidos, chistes, etc. La interpretación (Deutung)
implica la dimensión del sentido (Bedeutung), un sentido oculto que busca
develar, ateniéndose a una concepción causal determinada:
“…‘interpretar
un sueño’ significa indicar su ‘sentido’, sustituirlo por algo que se inserte
como eslabón de pleno derecho, con igual título que los demás, en el
encadenamiento de nuestras acciones anímicas” (10).
Es el encadenamiento propio de las operaciones
anímicas lo que le da su fundamento a esa operación explicativa que es la
interpretación, que va del efecto a la causa, pero no siguiendo un esquema
lineal, sino partiendo de una sobredeterminación de las formaciones del
inconsciente, a las cuales no es posible asignarles una única causa. Es un
entramado complejo –conformado entre otros elementos por experiencias que
remiten a una realidad histórica, cuyas representaciones se enlazan por su
contenido formal y por giros lingüísticos que se revelan determinantes- el que
conforma para Freud la causalidad que la interpretación busca develar. De ahí que
Freud designe al psicoanálisis como un tratamiento causal, en oposición a la
hipnosis y los tratamientos sugestivos que sólo buscan suprimir los síntomas
sin dar cuenta del juego de fuerzas anímicas que los ocasionan.
El sentido de las operaciones inconscientes es
desconocido por el sujeto, pero sin embargo se expresa en lo que él dice sin
advertir que lo dice. Se trata de un sentido oculto que para nada tiene el
carácter de una evidencia inmediata, como lo propone la concepción
psicogenética. Por lo mismo es necesaria la asociación
libre, elevada al estatuto de regla fundamental del análisis, pues sólo a
partir de las asociaciones del analizante se puede encontrar un sentido que no
se desprende directamente de sus vivencias, pues carece de la evidencia de un
dato inmediato tanto para él como para el analista.
Esta división (Spaltung) subjetiva es el punto de
partida de la experiencia analítica, por lo tanto tampoco encontramos aquí un
punto de síntesis que cumpla el papel que la psicogénesis le asigna a la
personalidad, es decir, el de ser esa unidad que le da su evidencia a las
relaciones comprensibles de un sujeto. Esta es la razón por la cual el término personalidad no tiene un estatuto
teórico para Freud, y en su lugar encontramos instancias o sistemas separados
por una tópica que constituye el aparato psíquico propuesto por Freud. Tal
concepción implica que la división del sujeto es estructural –eso es lo que las
instancias del aparato psíquico intentan mostrar-, y no un accidente que un
tratamiento podría remediar para dar paso a la unidad de una personalidad.
La noción de fase del desarrollo ha sido en buena
medida promovida por el discurso psicoanalítico, frecuentemente se le encuentra
asociada a él, no obstante que los distintos aspectos evolutivos que propone no
se encuentran sistematizados en Freud en un punto de vista genético –cosa que
sí pretende realizar su discípulo Karl Abraham-, que los haga coincidir en un
planteamiento unificado del desarrollo[6].
El término psicogénesis aparece en varias ocasiones
en el texto freudiano–por ejemplo, en el título de uno de sus célebres
historiales clínicos, el caso conocido como “la joven homosexual”: Sobre la psicogénesis de un caso de
homosexualidad femenina (11). Pero es sobre todo el interés de Freud por establecer
un origen lo que indica el hecho de que no cierra del todo la puerta a la
psicogénesis. Este interés aparece particularmente en la búsqueda de una escena
histórica que constituya el referente último en cual apoyar una construcción
simbólica –en el caso del llamado “hombre de los lobos” esa es la función que
Freud le asigna a lo que llama escena
primaria, a pesar de sus vacilaciones respecto de la realidad histórica de
ésta (12). Tenemos aquí, por un lado, la búsqueda de una génesis psicológica en
la eficacia traumática de una primera escena y las fuerzas que ésta pone en
movimiento; por el otro, dado que la escena traumática sólo adquiere ese
carácter por el efecto retroactivo de otras, que sólo irán apareciendo poco a
poco en las asociaciones del sujeto, la referencia a la biografía no va
acompañada de la evidencia inmediata de la comprensión, el trauma revela al
contrario una división subjetiva que no puede encontrar un punto de síntesis.
Tales son las coordenadas de la posición ambigua de Freud respecto a la
psicogénesis, en cuyo espacio problemático se desenvuelve su concepción
etiológica.
La indagación del origen está en juego también en la
manera de abordar el problema de la paternidad a partir del mito creado en
Tótem y Tabú, con el padre de la horda primitiva: un primer padre que da origen
a la serie de los padres (13). El establecimiento del origen supone encontrar
un primer elemento a partir del cual se da inicio a una serie, ese elemento
funcionará además como el referente último que sirve de garantía a la
construcción simbólica de la teoría. La exigencia de dar cuenta del origen
parte para Freud de la necesidad de mantener al psicoanálisis en relación con
la ciencia de su época y el público de ésta, alejando a aquél de las prácticas
esotéricas.
LA INEXISTENCIA DE
LA PSICOGÉNESIS
¿Cómo situar en estas coordenadas el planteamiento
de Lacan acerca de que no hay psicogénesis? ¿Qué consecuencias se pueden
desprender de ahí? Si se prescinde de un origen psicológico, ¿qué otras
modalidades de constitución subjetiva se pueden encontrar?
En la reunión del 23 de noviembre de 1955 del
seminario de Las Estructuras Freudianas
en las Psicosis, Lacan le otorga el carácter de una lección primordial, una formulación obligada a la entrada a la
clínica, que sin embargo no ha sido apreciada como tal, al hecho de
advertir que lo comprensible es algo huidizo, que se fuga en cuanto se intenta
aprehenderlo. Enseguida lanza una
propuesta a su auditorio:
“Comiencen
por creer que no comprenden. Partan de la idea del malentendido fundamental.
Esta es una disposición primera, sin la cual no existe verdaderamente ninguna
razón para que no comprendan todo y cualquier cosa” (14).
La indicación es una toma de distancia con respecto
a la opinión corriente en el ámbito de la clínica de que se trata de comprender
lo que le ocurre a aquél que padece. Sin embargo, no se trata de una
prohibición que obligue a no comprender, sino de una especie de suspensión de
la creencia en la comprensión (Comiencen
por creer que no comprenden…), para poder operar desde otro lugar, en el
cual el malentendido sea el punto de partida.
En la reunión anterior de su seminario Lacan se
había referido a la relación de comprensión, tal como es planteada por Karl
Jaspers, como un espejismo que se torna inasible al acercarse a él. La idea de
que es posible orientar el quehacer clínico a partir de la comprensión es,
estrictamente hablando, una ilusión. Lacan se refiere entonces a la psiquiatría
en estos términos:
“El progreso principal de la psiquiatría desde la
introducción de ese movimiento de investigación que se llama el psicoanálisis,
consistió, se cree, en restituir el sentido en la cadena de los fenómenos. En
sí no es falso. Lo falso, empero, es imaginar que el sentido en cuestión, es lo
que se comprende. Lo nuevo que habríamos aprendido, se piensa en el medio de
las salas de guardia, expresión del sensus
commune de los psiquiatras, es a comprender a los enfermos. Este es un puro
espejismo” (15).
En efecto, en la clínica se pone en juego esa
dimensión, propiamente humana de la experiencia, que es el sentido –cuestión en
la que el psicoanálisis viene a insistir-, pero cuando un clínico imagina que
comprende, no es el sentido de lo que se dice lo que comprende; en esa
operación hay algo del orden de una atribución que inyecta relaciones que para él son comprensibles y que por lo
tanto se le van a presentar como si se tratara de un dato inmediato. Por el
contrario, partir de un malentendido
fundamental implica poner en cuestión la idea de una evidencia inmediata de
las relaciones de comprensión.
En la práctica clínica la comprensión tiene por
efecto poner un tapón en el caso, se apresura a cerrar lo que sin embargo
tendría que permanecer abierto, dificultando hacer caso de lo que se dice. Sólo se puede tener acceso a la
singularidad de una experiencia subjetiva cuidándose de no atribuirle lo que no
está en ella, tomando al pie de la letra lo que el analizante dijo y no lo que
el analista supone que quiso decir:
“El momento en que han comprendido, en que se han precipitado
a tapar el caso con una comprensión, siempre es el momento en que han dejado
pasar la interpretación que convenía hacer o no hacer. En general, esto lo
expresa con toda ingenuidad la fórmula: El sujeto quiso decir tal cosa. ¿Qué
saben ustedes? Lo cierto es que no lo dijo. Y en la mayoría de los casos, si se
escucha lo que se ha dicho, por lo menos se descubre que se hubiera podido
hacer una pregunta, y que ésta quizá habría bastado para constituir la
interpretación válida, o al menos para esbozarla” (16).
Al atribuirle al analizante lo que quiso decir, la comprensión pierde de vista lo que en efecto
dijo, y con ello se le escapa también la singularidad del caso. Hay ahí un modo
de proceder que indica una cierta posición frente al saber: la comprensión pone
en juego un exceso de saber, se atribuye el saber de lo que el otro quiso
decir, y al considerar que algo está ya comprendido pasa de largo, deja de lado
la literalidad de lo que se dice. La interpretación analítica sólo es posible
cuando se basa en la lectura de esa literalidad del discurso del analizante. De
ahí una cierta ubicación de la resistencia:
“Si comprendo, paso, no me detengo en eso, porque ya
comprendí. Esto les pone de manifiesto qué es entrar en el juego del paciente:
es colaborar con su resistencia. La resistencia del paciente es siempre la de
uno, y cuando una resistencia tiene éxito, es porque están metidos en ella hasta
el cuello, porque comprenden” (17).
Encontramos aquí un planteamiento que da un giro
completo a las concepciones clásicas de la resistencia en el análisis: la
resistencia viene del analista, de un exceso de comprensión de su parte. La
clínica muestra que en efecto puede haber un núcleo comprensible en lo que le
ocurre al analizante, pero el problema es que eso que se comprende aparece
ajeno a toda posibilidad de cambio, se presenta como algo solidificado, inmóvil
en su experiencia.
Además, en la medida en que la comprensión es tomada
como una referencia primera en la clínica, adquiere un carácter normativo. Lo
que se presta a la comprensión del clínico define una norma, en otras palabras,
la comprensión del clínico se convierte en una norma a partir de la cual se
definen ámbitos de la psicopatología, pues lo que hace fracasar a la
comprensión va a establecer determinadas entidades psicopatológicas –es así que
Jaspers define lo que él llama proceso, como
aquello que queda fuera de las relaciones de comprensión, pues introduce un
elemento nuevo y extraño que rompe con el desarrollo genético de la
personalidad[7]. La
dificultad implicada en esta concepción, es que pasa por alto que si algo se
presenta como incomprensible puede deberse a una incapacidad del clínico, de
sus marcos de referencia, de su método y formas de operación, de su posición en
la transferencia, y no necesariamente a una dificultad que provenga del sujeto.
El malentendido
fundamental, que Lacan plantea como punto de partida en la clínica,
proviene de los efectos del significante. Éste introduce una dimensión de
opacidad en la experiencia de cada sujeto, que hace caer la presunción de toda
evidencia inmediata ligada a la comprensión. En esto el psicoanálisis toma nota
de un hecho común, cuya reiteración no excluye su desconocimiento sistemático:
cuando un sujeto habla dice más de lo que se propone. En lo que dice hay algo
opaco, que pasa inadvertido para él mismo.
La clínica muestra una subjetividad organizada por
la insistencia de significantes cuyo significado escapa tanto para aquel que
habla como para quien se proponga comprenderlo. El retorno de determinadas
palabras, de frases o de secuencias fonéticas se impone al margen de todo
control del que habla. Así como la sintaxis organiza la secuencia de una
oración sin pedirle permiso a quien habla, así los significantes se organizan
en secuencias que insisten justamente en la medida en que el sujeto hablante
ignora su significado. Ignorancia que se desprende de la barra que existe entre
significante y significado, la cual provoca que cuando alguien habla no sepa lo
que dice.
Si la subjetividad queda escindida de tal manera por
el significante, se hace necesario replantear la oposición tradicional entre lo
subjetivo y lo objetivo, oposición que hace entre estos términos una
repartición simple:
“Cuando se habla de lo subjetivo, e incluso cuando
aquí lo cuestionamos, siempre permanece en la mente el espejismo de que lo
subjetivo se opone a lo objetivo, que está del lado del que habla, y que por lo
mismo está del lado de las ilusiones: o porque deforma o porque contiene a lo
objetivo. La dimensión hasta ahora eludida de la comprensión del freudismo, es
que lo subjetivo no está del lado del que habla. Lo subjetivo es algo que
encontramos en el real” (18).[8]
Hay algo en la estructura de esta frase que es
similar a la otra en la que Lacan recusa la psicogénesis –en ésta “la dimensión
hasta ahora eludida de la comprensión del freudismo”, en aquélla “el gran
secreto del psicoanálisis”, hacen referencia a algo que no ha sido advertido o
bien que ha sido dejado de lado, lo cual permite establecer una relación
estrecha entre ambos planteamientos. Al situar la subjetividad en el real y no
del lado del que habla, se desaloja al sujeto del centro de lo que dice. Aunque
al hablar el sujeto diga Yo, él no se
encuentra en el centro de lo que dice, como lo muestra el hecho de que cuando
habla hay algo que se dice antes de
que pueda advertirlo. Pero además, si lo subjetivo no se opone a lo objetivo,
entonces es necesario replantear la concepción clásica de la relación
sujeto-objeto ¿Cómo localizar entonces este real en el que se encuentra la
subjetividad? La cita anterior continúa así:
“Sin duda, el real en juego no debe tomarse en el
sentido en que lo entendemos habitualmente, que implica objetividad, confusión
que se produce sin cesar en los escritos analíticos. Lo subjetivo aparece en el
real en tanto supone que tenemos enfrente un sujeto capaz de valerse del
significante, del juego del significante. Y capaz de usarlo del mismo modo que
nosotros lo usamos: no para significar algo, sino precisamente para engañar
acerca de lo que ha de ser significado. Es utilizar el hecho de que el
significante es algo diferente de la significación para presentar un
significante engañoso” (19).
Primera cuestión a tener en cuenta para localizar
los ejes que nos permitan avanzar una respuesta a nuestro problema: no se puede
confundir el real con la objetividad, situándolos del mismo lado, el estatuto
de ambos es muy distinto. Segunda cuestión: lo que permite localizar la
subjetividad en el real es que haya un sujeto que pueda valerse del juego del
significante, pero justamente en la medida en que el significante es distinto
de la significación, por eso el significante puede ser engañoso, introduciendo
entonces también la cuestión de la verdad. El significante en cuanto tal no
significa nada, de ahí su ubicación en el real como un trazo material vacío de
significación -es esta característica precisamente la que le permite dar lugar
a diversas significaciones.
Situar el significante como dimensión de la
subjetividad en el real implica tomar nota de la relación de exterioridad entre
el sujeto y los significantes que lo determinan. Los significantes con los que
habla no le pertenecen al sujeto, lo que se muestra claramente en el momento en
que el significante le cae encima, lo sorprende. Es lo que muestra de manera
privilegiada la irrupción del lapsus, haciendo aparecer su formulación como
ajena, extraña. En ese momento el sujeto se revela como Otro para él mismo, no
se reconoce en determinados significantes que denuncian su posición subjetiva
cuando él dice más de lo que pretende decir.
Para deshacer el espejismo que opone lo subjetivo a
lo objetivo, Lacan en este momento de su enseñanza pone el acento en el hecho
de que el sujeto está constituido en la radical alteridad del lenguaje. El
Otro, nominación lacaniana del lugar del despliegue de la palabra, es el punto
de partida y la dirección hacia la que apunta el discurso del sujeto[9].
Al desalojar al sujeto del centro de lo que dice, el significante lo coloca al
mismo tiempo por fuera de la reflexividad, en el sentido de que no lo hace
poseedor de una actividad de pensamiento en la cual los significantes podrían
reflejar una interioridad que está dada previamente en su unidad, a la espera
de ser nombrada por ellos. Si la subjetividad está en el real, esto equivale a
vaciar la supuesta interioridad del sujeto, con lo cual la noción misma de génesis
psicológica queda cuestionada.
Más de veinte años después, el 13 de febrero de
1976, Lacan tomará la expresión palabra
impuesta del enfermo que es presentado ese día en el Hospital de
Sainte-Anne (20). Esa experiencia de una palabra impuesta, común en los sujetos
que son llamados psicóticos, se
caracteriza por la insistencia de una palabra o una frase que una fuerza
extraña les impone en el pensamiento, esta reiteración invade la vida cotidiana
del sujeto y puede tomar un sesgo persecutorio; pero esta experiencia, que
podría ser calificada de anormal, posee un carácter ejemplar porque simplemente
revela la condición de imposición de toda palabra a la que está sometido todo el
que habla. Igualmente, quienquiera que tenga la experiencia de escribir algo de
su creación, habrá notado que hay un
momento en que tal ejercicio impone algo que se tiene que escribir más allá de
la voluntad del que escribe –de ahí que algunos escritores comentan al leer una
obra cuya elaboración concluyeron, que experimentan una extrañeza tal frente a
ella, que no les permite sentirla de su propiedad. Estas experiencias muestran
de manera ejemplar la localización de la subjetividad en el real.
El significante no es un instrumento del cual el
sujeto se puede servir para representarse a sí mismo y a los objetos de mejor
manera, no se trata de una herramienta con la cual un sujeto ya constituido
mantenga una relación de exterioridad, pues el giro radical que propone Lacan
es que el sujeto es el que va a ser
representado por un significante, pero ni siquiera para sí mismo sino
para otro significante –fórmula canónica de la relación del sujeto con el orden
simbólico, a la que llegará Lacan unos años más tarde (21). No es sólo que el
sujeto produce significaciones sirviéndose de los significantes, sino que él es
el significado de ciertos significantes singulares que han marcado el destino
de su existencia.
Para localizar un lugar en el
que tal sujeto pueda sostenerse, Lacan se verá llevado a plantear unos años más
tarde un objeto, irreductible al simbólico, causante de un deseo en el cual el
sujeto pueda encontrar un sostén para su existencia. La presentación de este
objeto, junto con la de la escritura topológica –a partir del seminario de La
Identificación (1961-62), hasta desembocar en el nudo borromeo en RSI
(1974-75)-, le dará una nueva consistencia a la cuestión, que reaparece
insistentemente en la enseñanza de Lacan, de la subjetividad en el real.
NOTAS
[1] Agregado entre paréntesis mío: F. M.
[5] Sobre este
punto y la posición de Freud respecto a la comprensión-interpretación Cf.
Assoun, P-L. Introducción a la
Epistemología Freudiana. México, Siglo XXI; 1982. pp.41-52.
[6] Un punto
de vista genético, con la pretensión de hacerlo equivalente a los puntos de
vista tópico, dinámico y económico de Freud, fue introducido en el
psicoanálisis por Hartmann, Kris y Loewenstein. Cf. Hartmann H. Ensayos Sobre la Psicología del Yo.
México, Fondo de Cultura Económica; 1987. 437 págs.
[7] La constatación inesperada de que la paranoia no es un proceso en el
sentido de Jaspers sino una psicosis reaccional lleva a Lacan a su primer
viraje doctrinal, que lo acerca a las concepciones psicogenéticas. Más de veinte años después un nuevo viraje le
llevará a expulsar la psicogénesis del campo del psicoanálisis. Cf. Lacan J. De la Psicosis Paranoica en sus Relaciones con la Personalidad.
México, Siglo XXI; 1987. p. 268. Allouch
J. Marguerite. Lacan la llamaba Aimée.
México, Epele; 1995. Allouch J. “Sobre el primerísimo
viraje doctrinal de Jacques Lacan en el que también rompe con el discurso
psiquiátrico más avanzado”. Litoral,
1994, 16. 7-23. Lanteri-Laura, G. “Proceso y Psicogénesis en la obra de Jacques
Lacan”. Litoral, 1994, 16. 25-43.
[9] Aquí habría que situar la fórmula lacaniana “El inconsciente es el
discurso del Otro”. Sobre el artificio de lenguaje implicado en la construcción
de la fórmula Cf. Vindras A-M. “El deseo del Otro: un artificio franco-latino”.
Me cayó el veinte. Revista de
psicoanálisis, 2001, 3. 39-51.
REFERENCIAS
BIBLIOGRÁFICAS
1.- Lacan J. Escritos 2. México, Siglo XXI; 1989. p.
811.
2.- Lacan
J. Las Psicosis. Buenos Aires,
Paidós; 1984. p. 17.