octubre 01, 2011

EL ASESINATO DE COLOSIO. LOCURA COMPARTIDA Y LAZO SOCIAL EN UN CASO DE MAGNICIDIO

Flavio Meléndez Zermeño

UNA HERIDA MORTAL EN LA CABEZA DEL RÉGIMEN

Luis Donaldo Colosio Murrieta, candidato del Partido Revolucionario Institucional (PRI) en los comicios que para elegir presidente de México se realizaron en 1994, muere asesinado el marzo de ese año. 

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LA INEXISTENCIA DE LA PSICOGÉNESIS: EL GRAN SECRETO DEL PSICOANÁLISIS

FLAVIO MELÉNDEZ ZERMEÑO

RESUMEN
Se abordan las implicaciones de lo que Jacques Lacan propone como el gran secreto del psicoanálisis: la inexistencia de la psicogénesis. Se establece el campo conceptual de ésta, para exponer los límites que el método de la comprensión genética tiene en la práctica clínica. La no existencia de psicogénesis se pone en relación con los efectos constituyentes del significante en el sujeto hablante, para mostrar que la subjetividad no se encuentra del lado del que habla, sino que se la encuentra en el real.
Palabras clave: Psicogénesis, Comprensión, Psicoanálisis, Significante, Sujeto.

ABSTRACT
To tackle the implications of what Jacques Lacan proposes as the great secret of psychoanalysis: the nonexistence of psychogenesis. Its conceptual field is established, in order to expose the confines that the genetic comprehension method has in clinical intervention. The nonexistence of psychogenesis is placed in relation with the constituents of the significant in the talking subject, to show that subjectivity is not founded on the side of the one who do the talking, but is founded in the real.
Key words: Psychogenesis; Comprehension; Psychoanalysis; Significant; Subject.

La psicología es vehículo de ideales: la psique no
representa en ella más que el padrinazgo que hace que se la califique de académica. El ideal es siervo de la sociedad.
Jacques Lacan (1).

El 16 de noviembre de 1955, en la reunión inaugural del seminario de Las Estructuras Freudianas en las Psicosis, Lacan revela lo que él llama “el gran secreto del psicoanálisis”:
“…el gran secreto del psicoanálisis es que no hay psicogénesis. Si la psicogénesis es esto, (la reintroducción de la relación de comprensión)[1] es precisamente aquello de lo que el psicoanálisis está más alejado, por todo su movimiento, por toda su inspiración, por todos sus resortes, por todo lo que introdujo, por todo aquello hacia lo que nos conduce, por todo aquello en que debe mantenernos” (2).
La cuestión puede resultar sorprendente en la medida en que la opinión común tiende a considerar a la psicogénesis como una dimensión esencial del psicoanálisis[2]. La inexistencia de la psicogénesis es planteada por Lacan como un secreto, lo que hace pensar que incluso en el ámbito mismo del psicoanálisis, por lo menos hasta el momento en que el secreto es revelado, no ha sido advertido lo que en él se juega –para empezar, la posición misma de Freud en tal sentido no deja de ser problemática, como veremos más adelante. El objeto de este trabajo es desplegar las implicaciones de este secreto y las consecuencias de su revelación. Para ello es necesario empezar por interrogar las relaciones de la psicogénesis con la comprensión.
PSICOGÉNESIS Y COMPRENSIÓN
La noción de psicogénesis, como su etimología lo indica, hace referencia a lo que tiene su origen en la psique. Surge en el campo de la clínica, en el pasaje del siglo XIX al XX, como una reacción contra la organogénesis, es decir, contra las concepciones que explican el malestar subjetivo como resultado de una alteración orgánica[3]. Mientras la organogénesis centra la atención en la acción determinante de un desorden encefálico, la psicogénesis plantea un origen psíquico del sufrimiento subjetivo, propone un origen de lo psíquico a partir de lo psíquico mismo. Es a partir de los planteamientos de Karl Jaspers que la noción de psicogénesis adquiere contornos precisos, que se delinean por la descripción fenomenológica de las vivencias de los sujetos que él estudia en el terreno de la psicopatología. Para Jaspers:
“Lo psíquico ‘surge’ de lo psíquico de una manera comprensible para nosotros. El atacado se vuelve colérico y realiza actos de defensa, el engañado se vuelve desconfiado. Este surgir uno tras otro de lo psíquico desde lo psíquico lo comprendemos genéticamente” (3).
La psicogénesis es entonces indisociable de la comprensión, está asociada a la idea de que las experiencias significativas de un sujeto pueden ser accesibles para el clínico por medio de la comprensión, así por la penetración en lo psíquico es posible comprender genéticamente cómo surge lo psíquico desde su propio orden de determinaciones, mientras que por la captación objetiva de hechos típicos a partir de regularidades, a través de la reiteración de experiencias, es posible explicar causalmente. Encontramos aquí la oposición entre explicar (erklären) y comprender (verstehen), que surge en el siglo XIX en el marco de la llamada “querella de los métodos”, correlativa de la distinción entre Ciencias de la Naturaleza (Naturwissenschaften) y Ciencias del Espíritu (Geisteswissenschaften). Jaspers se encarga de llevar la comprensión, elevándola al estatuto de un método, al campo de la psicología –que por ese hecho adquiere el título de comprensiva.
La comprensión genética opera en un dominio que se caracteriza por la continuidad de su propio desarrollo, con una coherencia que se basta a sí misma en su autonomía, de ahí que imponga la idea de una especie de causalidad singular:
“Se ha llamado a las relaciones comprensibles de lo psíquico también causalidad desde dentro y así se apunta al abismo insuperable que existe entre estas relaciones que no pueden llamarse causales más que por analogía y las legítimas relaciones causales, la causalidad externa” (4).
Esta última causalidad, la única que puede realmente recibir este nombre, es propia de las llamadas Ciencias de la Naturaleza y se establece inductivamente a partir de la observación de regularidades. Sin embargo, plantear una causalidad desde dentro supone que hay una dimensión de lo psíquico que posee una consistencia particular, la de una interioridad que remite a sí misma, sustrayéndose a las relaciones causales en sentido estricto.
Por otro lado, según Jaspers de la comprensión se desprende una evidencia inmediata que le otorga un carácter irreductible a lo captado por ella:
“La evidencia de la comprensión genética es algo último. (…) Tiene en sí misma su fuerza persuasiva. El reconocimiento de esta evidencia es la condición previa de la psicología comprensiva, así como el reconocimiento de la realidad de la percepción y la causalidad es la condición previa de las ciencias naturales” (5).
Es decir, que de las relaciones de comprensión se desprende un sentido que cae por su propio peso, cuya evidencia es inmediata para el clínico. Este sentido brota, por así decir, de las relaciones en cuestión, con un poder de persuasión tal que se presenta como algo obvio, que no requiere ser referido a algo más allá de sí mismo, conservando el estatuto excepcional de esa interioridad arriba mencionada.
La comprensión implica co-vivenciar los fenómenos vivenciados por el otro, poniendo en juego la capacidad de ponerse en el lugar del semejante, de ahí que necesariamente sea empática, pues no implica solamente la comprensión racional de lo hablado, sino que además pone en juego la comprensión del que habla, de sus motivos, deseos, emociones, temores, es decir, de su subjetividad. La empatía supone además que para una comprensión clara es necesario suspender el juicio valorativo respecto de aquellas vivencias concretas a las que se pretende tener acceso. La empatía conduce al centro de las relaciones psíquicas, nos sitúa en el corazón de la psicología comprensiva misma.
Jaspers destaca dos cualidades básicas de lo comprensible: por un lado la autorreflexión, en la medida en que lo comprensible se puede comprender a sí mismo, por otro lado, la coherencia que lo comprensible adquiere en todo individuo, de tal manera que el conjunto de las relaciones comprensibles en cada individuo particular es lo que recibe el nombre de personalidad:
“...todos los procesos psíquicos y manifestaciones, en tanto que señalan por encima de sí una relación individual y totalmente comprensible, experimentada por un individuo con la conciencia de su particular yo íntimo, constituyen la personalidad” (6).
La personalidad implica el sentimiento de identidad de sí mismo, la conciencia del yo como individualmente distinto, único en su historicidad, por lo tanto no existe la personalidad sin conciencia de sí misma. La coherencia propia de cada personalidad queda situada en relación con su biografía, es a partir de las vivencias que ha tenido, de su devenir en el mundo, que se puede establecer la comprensibilidad de esa personalidad singular. La unidad de la personalidad está dada entonces por su desarrollo regular y comprensible.
La síntesis psicológica propia de la personalidad tiene una dimensión objetiva. La personalidad es entonces ese punto de síntesis que vuelve comprensibles los avatares del desarrollo. El sentido de las vivencias de un sujeto sólo puede tener concordancia si se lo refiere a una unidad conciente de sí. Tal es la función de la personalidad.
Es posible situar una manifestación psicopatológica como reacción de la personalidad cuando su contenido mantiene una relación comprensible con el acontecimiento que la originó, hasta el punto en que no habría surgido sin ese acontecimiento y su evolución depende de éste. La reacción de la personalidad se opone así a lo que Jaspers llama proceso, el cual consiste en una alteración orgánica o psíquica que irrumpe como un elemento extraño, heterogéneo con respecto al desarrollo de la personalidad, que rompe con la continuidad histórica de ésta y por lo tanto es incomprensible.
Para la psicogénesis el fenómeno psicopatológico no constituye entonces una entidad autónoma que pueda ser abordada separándola del resto de la personalidad, pues aun cuando rompa con el desarrollo de ésta, como ocurre con el proceso, sólo es posible su localización refiriéndola a esa unidad que constituye la personalidad. Este es uno de los aspectos que marcan la especificidad de la psicogénesis en su debate con otras posiciones clínicas:
“…las psicologías de la heterogeneidad se niegan como Blondel, a entender en términos de psicología normal las estructuras de la conciencia mórbida; y por el contrario, las psicologías analíticas o fenomenológicas tratan de comprender la inteligibilidad de toda conducta, hasta de la demente, en sus significaciones previas a la distinción de lo normal y lo patológico. En el gran debate de la psicogénesis y de la organogénesis se produce una división análoga: ¿búsqueda de la etiología orgánica después del descubrimiento de la parálisis general, con su etiología sifilítica? ¿o análisis de la causalidad psicológica a partir de perturbaciones sin fundamento orgánico, definidas a fines del siglo XIX como síndrome histérico?” (7).
La aparición de la histeria como entidad clínica –a la que el nacimiento del psicoanálisis debe tanto-, marca un hito que permite relativizar a un tiempo la etiología orgánica y la distinción normal-patológico, cuestiones éstas en las que la psicogénesis va a encontrar un lugar para alojarse.
Recapitulando, tenemos tres componentes que estructuran la noción de psicogénesis: la comprensión, basada en la capacidad de colocarse en el lugar del otro, lo que hace posible co-vivenciar las experiencias significativas de este último; la personalidad, como la dimensión particular que adquiere el conjunto de esas relaciones comprensibles en cada individuo, conjuntamente con la conciencia de la unidad de sí (propia de la noción de psiquismo), que al mismo tiempo lo inscribe como integrante de los lazos sociales de su comunidad; y el desarrollo, que siguiendo momentos que pueden ser delimitados le da su coherencia a una vida. Estos tres ejes confluyen en un pensamiento del origen: la génesis de lo psíquico en lo psíquico supone la unidad como el punto de partida que da inicio a la serie en la que se despliegan las manifestaciones de una personalidad. Sólo es pertinente la pregunta por la génesis en la medida en que hay una unidad que está dada al principio.
En el campo de la clínica del malestar subjetivo esta perspectiva psicogenética[4] ha tenido una gran influencia. Su consecuencia más importante ha sido la de otorgarle un valor humano, al reconocerle un sentido, al sufrimiento que había sido situado en el terreno de las alteraciones biológicas. Así, distintas formas de intervención clínica se han planteado la necesidad de hacer caso de las experiencias íntimas de los sujetos y de encontrar ahí un sentido para su sufrimiento –cuestión que antes de la psicogénesis no tenía relevancia, pues la clínica estaba orientada a encontrar las causas orgánicas de una entidad mórbida -con la importante excepción del Tratamiento Moral de inspiración filosófica, cuyos antecedentes se remontan a finales del siglo XVIII.
LA PSICOGÉNESIS EN FREUD: UNA LOCALIZACIÓN PROBLEMÁTICA
Freud sitúa reiteradamente al psicoanálisis como una Ciencia de la Naturaleza, lo cual le impone ciertas exigencias propias de esa idea de cientificidad. Para Freud no existe la disyunción Ciencia de la Naturaleza/Ciencia del Espíritu, simplemente deja de lado la problemática metodológica propia de la querella de los métodos. No es tanto que en esa discusión él opte por la Ciencia de la Naturaleza, lo que ocurre es que para él no hay otra ciencia más que ésta. No se trata de una toma de partido, porque ahí no hay partido que tomar, sólo hay una posición posible cuando se trata de ciencia y se encuentra del lado del naturalismo[5]. Su modelo de cientificidad está dado por la química y la física, al cual él ha tenido acceso por los trabajos de investigación que desarrolla en los primeros años de su vida profesional. De ahí el estatuto particular que le atribuye al saber en psicoanálisis:
Carácter del psicoanálisis como ciencia empírica. El psicoanálisis no es un sistema como los filosóficos, que parten de algunos conceptos básicos definidos con precisión y procuran apresar con ellos el universo todo, tras lo cual ya no resta espacio para nuevos descubrimientos y mejores intelecciones. Más bien adhiere a los hechos de su campo de trabajo, procura resolver los problemas inmediatos de la observación, sigue tanteando en la experiencia, siempre inacabado y siempre dispuesto a corregir o variar sus doctrinas. Lo mismo que la química o la física, soporta que sus conceptos máximos no sean claros, que sus premisas sean provisionales, y espera del trabajo futuro su mejor precisión” (8)
Si el psicoanálisis tiene que proceder al modo de las llamadas ciencias duras, tal exigencia en realidad le otorga una mayor flexibilidad, aquella que proviene de atenerse rigurosamente a la lógica de los hechos, para poder dar cuenta de ellos, sin tener que preocuparse por la fidelidad a conceptos definitivos que pretendan constituir una concepción totalizada del mundo (Weltanschauung), como lo harían los sistemas filosóficos. Ciencia empírica aparece entonces como una modalidad de saber en movimiento, inconcluso, cuyos conceptos tienen un carácter provisional y están sujetos a una revisión continua.
En concordancia con lo anterior, Freud se sitúa también al margen de la oposición metodológica explicación versus comprensión-interpretación. Si bien considera al psicoanálisis como “un arte de la interpretación”, no por ello la explicación deja de ser una exigencia primordial en su modo de operar en la clínica. La interpretación freudiana es una modalidad de explicación en la medida en que busca dar cuenta de la causa: “…explica en el modo interpretativo o interpreta asignando la causa” (9). Por lo tanto, en el momento en que Freud adscribe el psicoanálisis al dominio epistemológico de las  ciencias de la naturaleza, excluye de hecho su pertenencia a las disciplinas hermenéuticas.
Cuando la interpretación aparece en el psicoanálisis lo hace fundamentalmente como interpretación de los sueños, es a partir de ahí que irá ampliando su función al resto de los retoños del inconsciente: síntomas, lapsus, actos fallidos, chistes, etc. La interpretación (Deutung) implica la dimensión del sentido (Bedeutung), un sentido oculto que busca develar, ateniéndose a una concepción causal determinada:
“…‘interpretar un sueño’ significa indicar su ‘sentido’, sustituirlo por algo que se inserte como eslabón de pleno derecho, con igual título que los demás, en el encadenamiento de nuestras acciones anímicas” (10).
Es el encadenamiento propio de las operaciones anímicas lo que le da su fundamento a esa operación explicativa que es la interpretación, que va del efecto a la causa, pero no siguiendo un esquema lineal, sino partiendo de una sobredeterminación de las formaciones del inconsciente, a las cuales no es posible asignarles una única causa. Es un entramado complejo –conformado entre otros elementos por experiencias que remiten a una realidad histórica, cuyas representaciones se enlazan por su contenido formal y por giros lingüísticos que se revelan determinantes- el que conforma para Freud la causalidad que la interpretación busca develar. De ahí que Freud designe al psicoanálisis como un tratamiento causal, en oposición a la hipnosis y los tratamientos sugestivos que sólo buscan suprimir los síntomas sin dar cuenta del juego de fuerzas anímicas que los ocasionan.
El sentido de las operaciones inconscientes es desconocido por el sujeto, pero sin embargo se expresa en lo que él dice sin advertir que lo dice. Se trata de un sentido oculto que para nada tiene el carácter de una evidencia inmediata, como lo propone la concepción psicogenética. Por lo mismo es necesaria la asociación libre, elevada al estatuto de regla fundamental del análisis, pues sólo a partir de las asociaciones del analizante se puede encontrar un sentido que no se desprende directamente de sus vivencias, pues carece de la evidencia de un dato inmediato tanto para él como para el analista.
Esta división (Spaltung) subjetiva es el punto de partida de la experiencia analítica, por lo tanto tampoco encontramos aquí un punto de síntesis que cumpla el papel que la psicogénesis le asigna a la personalidad, es decir, el de ser esa unidad que le da su evidencia a las relaciones comprensibles de un sujeto. Esta es la razón por la cual el término personalidad no tiene un estatuto teórico para Freud, y en su lugar encontramos instancias o sistemas separados por una tópica que constituye el aparato psíquico propuesto por Freud. Tal concepción implica que la división del sujeto es estructural –eso es lo que las instancias del aparato psíquico intentan mostrar-, y no un accidente que un tratamiento podría remediar para dar paso a la unidad de una personalidad.
La noción de fase del desarrollo ha sido en buena medida promovida por el discurso psicoanalítico, frecuentemente se le encuentra asociada a él, no obstante que los distintos aspectos evolutivos que propone no se encuentran sistematizados en Freud en un punto de vista genético –cosa que sí pretende realizar su discípulo Karl Abraham-, que los haga coincidir en un planteamiento unificado del desarrollo[6].
El término psicogénesis aparece en varias ocasiones en el texto freudiano–por ejemplo, en el título de uno de sus célebres historiales clínicos, el caso conocido como “la joven homosexual”: Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina (11). Pero es sobre todo el interés de Freud por establecer un origen lo que indica el hecho de que no cierra del todo la puerta a la psicogénesis. Este interés aparece particularmente en la búsqueda de una escena histórica que constituya el referente último en cual apoyar una construcción simbólica –en el caso del llamado “hombre de los lobos” esa es la función que Freud le asigna a lo que llama escena primaria, a pesar de sus vacilaciones respecto de la realidad histórica de ésta (12). Tenemos aquí, por un lado, la búsqueda de una génesis psicológica en la eficacia traumática de una primera escena y las fuerzas que ésta pone en movimiento; por el otro, dado que la escena traumática sólo adquiere ese carácter por el efecto retroactivo de otras, que sólo irán apareciendo poco a poco en las asociaciones del sujeto, la referencia a la biografía no va acompañada de la evidencia inmediata de la comprensión, el trauma revela al contrario una división subjetiva que no puede encontrar un punto de síntesis. Tales son las coordenadas de la posición ambigua de Freud respecto a la psicogénesis, en cuyo espacio problemático se desenvuelve su concepción etiológica.
La indagación del origen está en juego también en la manera de abordar el problema de la paternidad a partir del mito creado en Tótem y Tabú, con el padre de la horda primitiva: un primer padre que da origen a la serie de los padres (13). El establecimiento del origen supone encontrar un primer elemento a partir del cual se da inicio a una serie, ese elemento funcionará además como el referente último que sirve de garantía a la construcción simbólica de la teoría. La exigencia de dar cuenta del origen parte para Freud de la necesidad de mantener al psicoanálisis en relación con la ciencia de su época y el público de ésta, alejando a aquél de las prácticas esotéricas.
LA INEXISTENCIA DE LA PSICOGÉNESIS
¿Cómo situar en estas coordenadas el planteamiento de Lacan acerca de que no hay psicogénesis? ¿Qué consecuencias se pueden desprender de ahí? Si se prescinde de un origen psicológico, ¿qué otras modalidades de constitución subjetiva se pueden encontrar?
En la reunión del 23 de noviembre de 1955 del seminario de Las Estructuras Freudianas en las Psicosis, Lacan le otorga el carácter de una lección primordial, una formulación obligada a la entrada a la clínica, que sin embargo no ha sido apreciada como tal, al hecho de advertir que lo comprensible es algo huidizo, que se fuga en cuanto se intenta aprehenderlo. Enseguida  lanza una propuesta a su auditorio:
“Comiencen por creer que no comprenden. Partan de la idea del malentendido fundamental. Esta es una disposición primera, sin la cual no existe verdaderamente ninguna razón para que no comprendan todo y cualquier cosa” (14).
La indicación es una toma de distancia con respecto a la opinión corriente en el ámbito de la clínica de que se trata de comprender lo que le ocurre a aquél que padece. Sin embargo, no se trata de una prohibición que obligue a no comprender, sino de una especie de suspensión de la creencia en la comprensión (Comiencen por creer que no comprenden…), para poder operar desde otro lugar, en el cual el malentendido sea el punto de partida.
En la reunión anterior de su seminario Lacan se había referido a la relación de comprensión, tal como es planteada por Karl Jaspers, como un espejismo que se torna inasible al acercarse a él. La idea de que es posible orientar el quehacer clínico a partir de la comprensión es, estrictamente hablando, una ilusión. Lacan se refiere entonces a la psiquiatría en estos términos:
“El progreso principal de la psiquiatría desde la introducción de ese movimiento de investigación que se llama el psicoanálisis, consistió, se cree, en restituir el sentido en la cadena de los fenómenos. En sí no es falso. Lo falso, empero, es imaginar que el sentido en cuestión, es lo que se comprende. Lo nuevo que habríamos aprendido, se piensa en el medio de las salas de guardia, expresión del sensus commune de los psiquiatras, es a comprender a los enfermos. Este es un puro espejismo” (15).
En efecto, en la clínica se pone en juego esa dimensión, propiamente humana de la experiencia, que es el sentido –cuestión en la que el psicoanálisis viene a insistir-, pero cuando un clínico imagina que comprende, no es el sentido de lo que se dice lo que comprende; en esa operación hay algo del orden de una atribución que inyecta relaciones que para él son comprensibles y que por lo tanto se le van a presentar como si se tratara de un dato inmediato. Por el contrario, partir de un malentendido fundamental implica poner en cuestión la idea de una evidencia inmediata de las relaciones de comprensión.
En la práctica clínica la comprensión tiene por efecto poner un tapón en el caso, se apresura a cerrar lo que sin embargo tendría que permanecer abierto, dificultando hacer caso de lo que se dice. Sólo se puede tener acceso a la singularidad de una experiencia subjetiva cuidándose de no atribuirle lo que no está en ella, tomando al pie de la letra lo que el analizante dijo y no lo que el analista supone que quiso decir:
“El momento en que han comprendido, en que se han precipitado a tapar el caso con una comprensión, siempre es el momento en que han dejado pasar la interpretación que convenía hacer o no hacer. En general, esto lo expresa con toda ingenuidad la fórmula: El sujeto quiso decir tal cosa. ¿Qué saben ustedes? Lo cierto es que no lo dijo. Y en la mayoría de los casos, si se escucha lo que se ha dicho, por lo menos se descubre que se hubiera podido hacer una pregunta, y que ésta quizá habría bastado para constituir la interpretación válida, o al menos para esbozarla” (16).
Al atribuirle al analizante lo que quiso decir, la comprensión pierde de vista lo que en efecto dijo, y con ello se le escapa también la singularidad del caso. Hay ahí un modo de proceder que indica una cierta posición frente al saber: la comprensión pone en juego un exceso de saber, se atribuye el saber de lo que el otro quiso decir, y al considerar que algo está ya comprendido pasa de largo, deja de lado la literalidad de lo que se dice. La interpretación analítica sólo es posible cuando se basa en la lectura de esa literalidad del discurso del analizante. De ahí una cierta ubicación de la resistencia:
“Si comprendo, paso, no me detengo en eso, porque ya comprendí. Esto les pone de manifiesto qué es entrar en el juego del paciente: es colaborar con su resistencia. La resistencia del paciente es siempre la de uno, y cuando una resistencia tiene éxito, es porque están metidos en ella hasta el cuello, porque comprenden” (17).
Encontramos aquí un planteamiento que da un giro completo a las concepciones clásicas de la resistencia en el análisis: la resistencia viene del analista, de un exceso de comprensión de su parte. La clínica muestra que en efecto puede haber un núcleo comprensible en lo que le ocurre al analizante, pero el problema es que eso que se comprende aparece ajeno a toda posibilidad de cambio, se presenta como algo solidificado, inmóvil en su experiencia.
Además, en la medida en que la comprensión es tomada como una referencia primera en la clínica, adquiere un carácter normativo. Lo que se presta a la comprensión del clínico define una norma, en otras palabras, la comprensión del clínico se convierte en una norma a partir de la cual se definen ámbitos de la psicopatología, pues lo que hace fracasar a la comprensión va a establecer determinadas entidades psicopatológicas –es así que Jaspers define lo que él llama proceso, como aquello que queda fuera de las relaciones de comprensión, pues introduce un elemento nuevo y extraño que rompe con el desarrollo genético de la personalidad[7]. La dificultad implicada en esta concepción, es que pasa por alto que si algo se presenta como incomprensible puede deberse a una incapacidad del clínico, de sus marcos de referencia, de su método y formas de operación, de su posición en la transferencia, y no necesariamente a una dificultad que provenga del sujeto.
El malentendido fundamental, que Lacan plantea como punto de partida en la clínica, proviene de los efectos del significante. Éste introduce una dimensión de opacidad en la experiencia de cada sujeto, que hace caer la presunción de toda evidencia inmediata ligada a la comprensión. En esto el psicoanálisis toma nota de un hecho común, cuya reiteración no excluye su desconocimiento sistemático: cuando un sujeto habla dice más de lo que se propone. En lo que dice hay algo opaco, que pasa inadvertido para él mismo.
La clínica muestra una subjetividad organizada por la insistencia de significantes cuyo significado escapa tanto para aquel que habla como para quien se proponga comprenderlo. El retorno de determinadas palabras, de frases o de secuencias fonéticas se impone al margen de todo control del que habla. Así como la sintaxis organiza la secuencia de una oración sin pedirle permiso a quien habla, así los significantes se organizan en secuencias que insisten justamente en la medida en que el sujeto hablante ignora su significado. Ignorancia que se desprende de la barra que existe entre significante y significado, la cual provoca que cuando alguien habla no sepa lo que dice.
Si la subjetividad queda escindida de tal manera por el significante, se hace necesario replantear la oposición tradicional entre lo subjetivo y lo objetivo, oposición que hace entre estos términos una repartición simple:
“Cuando se habla de lo subjetivo, e incluso cuando aquí lo cuestionamos, siempre permanece en la mente el espejismo de que lo subjetivo se opone a lo objetivo, que está del lado del que habla, y que por lo mismo está del lado de las ilusiones: o porque deforma o porque contiene a lo objetivo. La dimensión hasta ahora eludida de la comprensión del freudismo, es que lo subjetivo no está del lado del que habla. Lo subjetivo es algo que encontramos en el real” (18).[8]
Hay algo en la estructura de esta frase que es similar a la otra en la que Lacan recusa la psicogénesis –en ésta “la dimensión hasta ahora eludida de la comprensión del freudismo”, en aquélla “el gran secreto del psicoanálisis”, hacen referencia a algo que no ha sido advertido o bien que ha sido dejado de lado, lo cual permite establecer una relación estrecha entre ambos planteamientos. Al situar la subjetividad en el real y no del lado del que habla, se desaloja al sujeto del centro de lo que dice. Aunque al hablar el sujeto diga Yo, él no se encuentra en el centro de lo que dice, como lo muestra el hecho de que cuando habla hay algo que se dice antes de que pueda advertirlo. Pero además, si lo subjetivo no se opone a lo objetivo, entonces es necesario replantear la concepción clásica de la relación sujeto-objeto ¿Cómo localizar entonces este real en el que se encuentra la subjetividad? La cita anterior continúa así:
“Sin duda, el real en juego no debe tomarse en el sentido en que lo entendemos habitualmente, que implica objetividad, confusión que se produce sin cesar en los escritos analíticos. Lo subjetivo aparece en el real en tanto supone que tenemos enfrente un sujeto capaz de valerse del significante, del juego del significante. Y capaz de usarlo del mismo modo que nosotros lo usamos: no para significar algo, sino precisamente para engañar acerca de lo que ha de ser significado. Es utilizar el hecho de que el significante es algo diferente de la significación para presentar un significante engañoso” (19).
Primera cuestión a tener en cuenta para localizar los ejes que nos permitan avanzar una respuesta a nuestro problema: no se puede confundir el real con la objetividad, situándolos del mismo lado, el estatuto de ambos es muy distinto. Segunda cuestión: lo que permite localizar la subjetividad en el real es que haya un sujeto que pueda valerse del juego del significante, pero justamente en la medida en que el significante es distinto de la significación, por eso el significante puede ser engañoso, introduciendo entonces también la cuestión de la verdad. El significante en cuanto tal no significa nada, de ahí su ubicación en el real como un trazo material vacío de significación -es esta característica precisamente la que le permite dar lugar a diversas significaciones.
Situar el significante como dimensión de la subjetividad en el real implica tomar nota de la relación de exterioridad entre el sujeto y los significantes que lo determinan. Los significantes con los que habla no le pertenecen al sujeto, lo que se muestra claramente en el momento en que el significante le cae encima, lo sorprende. Es lo que muestra de manera privilegiada la irrupción del lapsus, haciendo aparecer su formulación como ajena, extraña. En ese momento el sujeto se revela como Otro para él mismo, no se reconoce en determinados significantes que denuncian su posición subjetiva cuando él dice más de lo que pretende decir.
Para deshacer el espejismo que opone lo subjetivo a lo objetivo, Lacan en este momento de su enseñanza pone el acento en el hecho de que el sujeto está constituido en la radical alteridad del lenguaje. El Otro, nominación lacaniana del lugar del despliegue de la palabra, es el punto de partida y la dirección hacia la que apunta el discurso del sujeto[9]. Al desalojar al sujeto del centro de lo que dice, el significante lo coloca al mismo tiempo por fuera de la reflexividad, en el sentido de que no lo hace poseedor de una actividad de pensamiento en la cual los significantes podrían reflejar una interioridad que está dada previamente en su unidad, a la espera de ser nombrada por ellos. Si la subjetividad está en el real, esto equivale a vaciar la supuesta interioridad del sujeto, con lo cual la noción misma de génesis psicológica queda cuestionada.
Más de veinte años después, el 13 de febrero de 1976, Lacan tomará la expresión palabra impuesta del enfermo que es presentado ese día en el Hospital de Sainte-Anne (20). Esa experiencia de una palabra impuesta, común en los sujetos que son llamados psicóticos, se caracteriza por la insistencia de una palabra o una frase que una fuerza extraña les impone en el pensamiento, esta reiteración invade la vida cotidiana del sujeto y puede tomar un sesgo persecutorio; pero esta experiencia, que podría ser calificada de anormal, posee un carácter ejemplar porque simplemente revela la condición de imposición de toda palabra a la que está sometido todo el que habla. Igualmente, quienquiera que tenga la experiencia de escribir algo de su creación, habrá notado que hay un momento en que tal ejercicio impone algo que se tiene que escribir más allá de la voluntad del que escribe –de ahí que algunos escritores comentan al leer una obra cuya elaboración concluyeron, que experimentan una extrañeza tal frente a ella, que no les permite sentirla de su propiedad. Estas experiencias muestran de manera ejemplar la localización de la subjetividad en el real.
El significante no es un instrumento del cual el sujeto se puede servir para representarse a sí mismo y a los objetos de mejor manera, no se trata de una herramienta con la cual un sujeto ya constituido mantenga una relación de exterioridad, pues el giro radical que propone Lacan es que el sujeto es el que va a ser  representado por un significante, pero ni siquiera para sí mismo sino para otro significante –fórmula canónica de la relación del sujeto con el orden simbólico, a la que llegará Lacan unos años más tarde (21). No es sólo que el sujeto produce significaciones sirviéndose de los significantes, sino que él es el significado de ciertos significantes singulares que han marcado el destino de su existencia.
Para localizar un lugar en el que tal sujeto pueda sostenerse, Lacan se verá llevado a plantear unos años más tarde un objeto, irreductible al simbólico, causante de un deseo en el cual el sujeto pueda encontrar un sostén para su existencia. La presentación de este objeto, junto con la de la escritura topológica –a partir del seminario de La Identificación (1961-62), hasta desembocar en el nudo borromeo en RSI (1974-75)-, le dará una nueva consistencia a la cuestión, que reaparece insistentemente en la enseñanza de Lacan, de la subjetividad en el real.
NOTAS


[1] Agregado entre paréntesis mío: F. M.

[2] Tal opinión común se la puede encontrar dentro y fuera del psicoanálisis. Por ejemplo, en el terreno de la psiquiatría cf. Henri Ey: “Toda la obra de Freud, todo el cuerpo doctrinal edificado por él y que su escuela psicoanalítica ha desarrollado (…), constituyen una teoría psicogenética de las neurosis...” Ey H., Bernard P. Brisset, Ch. Tratado de Psiquiatría. Barcelona, Masson; 1990. p.62.

[3] Este movimiento tiene su antecedente en la adscripción que hace Descartes del alma a la glándula pineal y el dualismo que de ahí resulta. Sobre este punto cf. Sladogna, A. “Excluir la locura de la ciencia y del psicoanálisis ¿tiene la misma consecuencia?”. Artefacto, 2000, 7. 67-93.

[4] No es objeto del presente trabajo la concepción psicogénetica centrada en las operaciones cognitivas, como es el caso de las investigaciones de Jean Piaget. En estas opera, en todo caso –siguiendo una distinción que hace K. Jaspers-, la comprensión racional, basada en la estructura lógica de las operaciones en cuestión, y no la comprensión empática, que surge del sentido de los afectos y las acciones humanas.

[5] Sobre este punto y la posición de Freud respecto a la comprensión-interpretación Cf. Assoun, P-L. Introducción a la Epistemología Freudiana. México, Siglo XXI; 1982. pp.41-52.

[6] Un punto de vista genético, con la pretensión de hacerlo equivalente a los puntos de vista tópico, dinámico y económico de Freud, fue introducido en el psicoanálisis por Hartmann, Kris y Loewenstein. Cf. Hartmann H. Ensayos Sobre la Psicología del Yo. México, Fondo de Cultura Económica; 1987. 437 págs.

[7] La constatación inesperada de que la paranoia no es un proceso en el sentido de Jaspers sino una psicosis reaccional lleva a Lacan a su primer viraje doctrinal, que lo acerca a las concepciones psicogenéticas.  Más de veinte años después un nuevo viraje le llevará a expulsar la psicogénesis del campo del psicoanálisis. Cf. Lacan J. De la Psicosis Paranoica en sus Relaciones con la Personalidad. México, Siglo XXI; 1987. p. 268. Allouch J. Marguerite. Lacan la llamaba Aimée. México, Epele; 1995. Allouch J. “Sobre el primerísimo viraje doctrinal de Jacques Lacan en el que también rompe con el discurso psiquiátrico más avanzado”. Litoral, 1994, 16. 7-23. Lanteri-Laura, G. “Proceso y Psicogénesis en la obra de Jacques Lacan”. Litoral, 1994, 16. 25-43.

[8] Tomamos aquí la propuesta del comité de redacción de Artefacto de nombrar en castellano el real, el simbólico y el imaginario a las dimensiones de la experiencia humana que propone Lacan con su ternario, atravesando así los criterios que traducen a nuestra lengua un neutro que no existe en el francés –y tampoco en el psicoanálisis lacaniano. Nos tomamos aquí la libertad de modificar en este punto la traducción de Paidós (de Juan-Luis Delmont-Mauri), que utiliza el artículo neutro para lo real. Para tal fin contrastamos con la edición francesa de la editorial Seuil, constatando que la modificación es pertinente. Cf. la comunicación del comité de redacción en Artefacto, revista de la escuela lacaniana de psicoanálisis, No. 3, 1992.

[9] Aquí habría que situar la fórmula lacaniana “El inconsciente es el discurso del Otro”. Sobre el artificio de lenguaje implicado en la construcción de la fórmula Cf. Vindras A-M. “El deseo del Otro: un artificio franco-latino”. Me cayó el veinte. Revista de psicoanálisis, 2001, 3. 39-51.


REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

1.- Lacan J. Escritos 2. México, Siglo XXI; 1989. p. 811.

2.- Lacan J. Las Psicosis. Buenos Aires, Paidós; 1984. p. 17.
3.- Jaspers K. Psicopatología General. México, Fondo de Cultura Económica;  1996. p. 342-343.
4.- Ibid. p. 341.
5.- Ibid. p. 343.
6.- Ibid. p. 479.
7.- Foucault M. Enfermedad Mental y Personalidad. Buenos Aires, Paidós; 1979. p. 9.
8.- Freud S. Psicoanálisis y Teoría de la libido. Obras Completas. Buenos Aires, Amorrortu Editores; Vol. XVIII, 1979. p. 249 (todas las citas de Freud corresponden a esta edición)
9.- Assoun P-L. Introducción a la Epistemología Freudiana. México, Siglo XXI; 1982. p.45.
10.- Freud, S. La Interpretación de los Sueños. Vol. IV. p. 118.
11.- Freud S. Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina. Vol. XVIII. 137-164.
12.- Freud S. De la Historia de una Neurosis Infantil, Vol. XVII. 1-111.
13.- Freud S. Tótem y tabú. Algunas concordancias en la vida anímica de los salvajes y de los neuróticos, Vol. XIII. 1-162.
14.- Lacan, J. Las Psicosis. Buenos Aires, Paidós; 1984. p. 35.

15.- Ibid. p. 15.

16.- Ibid. p. 37.

17.- Ibid. p. 75-76.

18.- Ibid. p. 265-266.

19.- Ibid. p. 266.

20.- Allouch  J. -Hola…¿Lacan?-Claro que no. México, Editorial Psicoanalítica de la Letra; 1998. p. 192.

21.- Lacan J. Seminario La Identificación. No editado. Versión tipografiada. Reunión del 6 de diciembre de 1961.



Publicado en: Investigación en Salud. VolumenVI/ Número 1/ Abril de 2004. pp. 43-49. ISSN 1405-7980

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