mayo 25, 2014


AMOR Y RESTOS HUMANOS

A Javier Sicilia y l@s integrantes del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad en el tercer aniversario de su lucha
El Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad (MPJD) ha introducido palabras que tradicionalmente están ausentes del discurso político y los debates orientados a partir de la lucha por el poder, para producir un discurso que muestra abiertamente las subjetividades que lo animan: dolor, compasión, consuelo, amor han hecho aparición en  la vida pública gracias al MPJD. Y junto con estas palabras han tomado consistencia real diversas formas de enfrentar junto con otros el dolor por la muerte o la desaparición de vidas humanas que para decenas de miles son seres queridos que se han ido, dejando truncados sueños, historias, deseos, amores.
El único poder que sostiene a este movimiento social, como a diversos colectivos de familiares de víctimas de la guerra contra el crimen organizado, es el amor. El duelo por alguien que ha muerto o el dolor por alguien que ha desaparecido tienen su fundamento en el amor de una madre, un padre, una esposa, un hermano, una amiga, que han perdido a un ser querido en esta guerra. Esto es lo que hace del MPJD un movimiento social sui generis, que articula una acción colectiva por fuera de los intereses de la clase política y los partidos, que no busca tomar el poder aunque propone una refundación del Estado mexicano, al que Javier Sicilia ha caracterizado como un Estado delincuencial.
En nuestro país la devastación provocada por la violencia del crimen organizado y del Estado ha provocado que el mundo de los vivos esté habitado por los muertos. Como sucede en Pedro Páramo -ese lúgubre relato de los habitantes de Comala escrito por Juan Rulfo-, sin que lo adviertan ni unos ni otros, el mundo de los vivos y el mundo de los muertos coexisten y se confunden. Los muertos que no han sido enterrados, que no han podido ser despedidos honrosamente por sus familiares y seres queridos, los muertos a los que no se les ha hecho justicia, siguen presentes entre los vivos, no los dejan tranquilos ni les permiten olvidarlos. Sus deudos no pueden concluir un duelo mientras esa vida que se perdió no tenga, para la comunidad en que esa vida transcurrió, el lugar de una vida merecedora de ser llorada, solo así quien está de duelo puede subjetivar la pérdida de quien murió junto con la pérdida suplementaria de eso que al morir se llevó y que es irrecuperable; mientras que quienes se mantienen indiferentes a estas muertes, pensando que no son su asunto, que no tienen por qué importarles, en realidad no pueden estar tranquilos, la posibilidad de su propia muerte o la de los suyos se les aparece a cada momento de múltiples formas, viven en el temor si no constante al menos intermitente, con desconfianza hacia su entorno. Por eso la importancia fundamental de la demanda del MPJD de nombrar y reconocer a los muertos y los desaparecidos, hacerles justicia, honrar su nombre y darles humana sepultura a quienes no la han tenido.
Esta situación recuerda a la de Antígona en la hermosa tragedia -estas dos palabras pueden, a pesar de las apariencias, ir juntas en ciertas circunstancias- de Sófocles. Antígona está dispuesta a perder la vida con tal de darle humana sepultura a su hermano Polinice, a quien su tío Creonte ha prohibido sepultar por ser considerado un traidor a la ciudad. Creonte, ahora rey de Tebas, ha condenado así al cuerpo sin vida de Polinice a quedar reducido a carroña, sentencia que Antígona no está dispuesta a aceptar. Sin juzgar los errores que su hermano pudo haber cometido -de hecho murió al mismo tiempo que su también hermano Eteocles, quien recibió todas las honras fúnebres, al disputarle el trono a éste enfrentándolo con un ejército extranjero-, Antígona avanza decidida y sepulta el cuerpo de Polinice, para después enfrentar la muerte como consecuencia de su acto. Antígona lleva a cabo la sepultura de su hermano, con lo cual marca una diferencia irreductible entre los restos de éste y la carroña, convirtiendo así la vida de Polinice en una vida humana digna de haber sido vivida, merecedora de duelo. Lo que guía a Antígona, además del amor por un hermano a quien no juzga, es un deseo que va más allá de los límites impuestos por la calamidad de la vida, un deseo que no se deja limitar por los dictados del poder y que incluso transgrede las leyes del Estado, para conseguir que la vida perdida de su hermano no quede sumida en la nada y precisamente pueda quedar concluida como una vida humana.
La experiencia de Nepomuceno Moreno no está muy lejos de la tragedia de Antígona. Don Nepo –como cariñosamente lo llamaban los integrantes del MPJD- dio testimonio reiterado de su negativa a abandonar la búsqueda de Jorge Mario, su hijo desaparecido, aun cuando contaba con abundantes indicios de que había sido asesinado por un grupo de policías que lo secuestraron el 1° de julio del 2010 entre Obregón y Guaymas, Sonora. Después de buscar incansablemente a su hijo, Don Nepo fue asesinado en noviembre de 2011, seguramente por los mismos secuestradores de Jorge Mario, sin haberlo encontrado, ni vivo ni muerto. Tal como lo anticipaban sus palabras, Don Nepo "murió en la raya", sosteniendo el deseo de encontrar a su hijo, así fueran sus restos, para poder despedirse de él y honrar su nombre y su memoria.

La enseñanza de Antígona, como la de Don Nepo y de cada integrante del MPJD, muestra que los restos humanos de alguien que ha perdido la vida no son solo restos, en el sentido de los despojos que quedan cuando una vida ha llegado a su fin, pues esos restos no pueden ser desaparecidos sin dejar huellas, ya que en ellos están inscritos también los trazos que ha dejado el amor que hizo posible que esa vida se mantuviera como tal, hasta el momento en el que encontró su trágico fin. No hay restos humanos sin amor.
Artículo publicado en el blog “Psicoanálisis: La vida subjetiva en tiempos de guerra”. Del portal: Nuestra Aparente Rendición:

marzo 16, 2014

CUALSEA

El ser que viene es el ser cualsea. En la enumeración escolástica de los trascendentales (quodlibet ens est unum, verum, bonum seu perfectum, cualquiera ente es uno, verdadero, bueno o perfecto), el término que condiciona el significado de todos los demás, a pesar de quedar él mismo impensado en cada caso, es el adjetivo quodlibet. La traducción habitual en el sentido de "no importa cuál, indiferentemente" es desde luego correcta, pero formalmente dice justo lo contrario del latín: quodlibet ens no es "el ser, no importa cuál", sino "el ser tal que, sea cual sea, importa"; este término contiene ya desde siempre un reenvío a la voluntad (libet): el ser cual-se-quiera está en relación original con el deseo.
El cualsea que está aquí en cuestión no toma, desde luego, la singularidad en su indiferencia respecto a una propiedad común (a un concepto, por ejemplo: ser rojo, francés, musulmán), sino sólo en su ser tal cual es. Con ello, la singularidad se desprende del falso dilema que obliga al conocimiento a elegir entre la inefabilidad del individuo y la inteligibilidad del universal. Pues lo inteligible, según la bella expresión de Gerson, no es ni el universal ni el individuo en cuanto comprendido en una serie, sino "la singularidad en cuanto singularidad cualsea". En ésta, el ser-cual está recobrado fuera de su tener esta o aquella propiedad, que identifica su pertenencia a este o aquel conjunto, a esta o aquella clase (los rojos, los franceses o los musulmanes); el ser-cual está retomado no respecto de otra clase o respecto de la simple ausencia genérica de toda pertenencia, sino respecto de la pertenencia misma. Así, el ser-tal que permanece constantemente escondido en la condición de pertenencia (existe un x tal que pertenece a "y") y que en modo alguno es un predicado real, sale él mismo a la luz: la singularidad expuesta como tal es cual-se-quiera, esto es, amable.
El amor no se dirige jamás hacia esta o aquella propiedad  del amado (ser blanco, pequeño, dulce, cojo), pero tampoco prescinde de él en nombre de la insípida abstracción (el amor universal): quiere la cosa con todos sus predicados, su ser tal cual es. El amor desea el cual sólo en tanto que es tal y éste es su particular fetichismo. Así, la singularidad cualsea (lo Amable) no es jamás inteligencia de algo, de esta o aquella cualidad o esencia, sino sólo inteligencia de una inteligibilidad. Ese movimiento, que Platón describe como la anamnesis erótica, transporta el objeto no hacia otra cosa y otro lugar, sino a su mismo tener lugar, hacia la Idea.


Giorgio Agamben. La comunidad que viene. Pre-textos, Valencia, 2006. pp. 11-12